Hoy te empeñaste en encontrarme, en salirme al paso y abrazarme en mi cansancio. ¡Qué decirte sino gracias!
Mientras más limitado me siento, más cerca te encuentro.
De mañana fue con la señora María, con su esquizofrenia y su violencia, queriendo ingresar a nuestro Hogar a la brava a llevarse a sus hijos. En mitad de nuestros diálogos de locos estabas tú y en su conversación además de los dos ella veía una tercera persona a la que también reprochaba. ¿Eras tú Señor? Lo cierto es que después de insultarme y empujarme un par de veces, comenzó a escuchar y cuando le explicaba cómo me había tratado, se sonreía picarescamente. Acabamos abrazados y reflexionando desde el amor. Cuando llegó el patrullero no entendía cual era el problema pues parecíamos los mejores amigos. Te fuiste María y mientras le daba los datos a los policías y les aclaraba la situación uno de los uniformados me
miró y me dijo: “Usted sí que quiere a los niños y se la juega por ellos. Yo lo he visto muchas veces en la
cárcel Tomás Larrea y lo admiro”. ¿Cómo sabías Señor, que necesitaba ánimo, tras una semana de pegarme contra el muro de las instituciones públicas?
Esta tarde fui con dos niños y un joven de la comunidad al mercado, es jueves y la verdura llega desde la sierra al mercado de mayoristas. Tras un saco de zanahorias, otro de cebollas, el de coliflores, la carga de lechugas, una caja de vainitas (habicholillas), las cebollas blancas, … pagamos a la serranita, buena amiga del Hogar y entramos a la zona de productos costeños. Comenzamos el regateo y después de un ratico nos miramos bien desanimados pues los precios estaban disparados y con lo que llevábamos no nos avanzaría para comprar todo. La caja de tomate de ocho dólares ha subido a dieciocho, el saco de pimiento de ocho dólares a veinte, el fréjol de palo de seis a catorce,… un calor tremendo, el desánimo y el cansancio acumulado del día. De pronto un señor alto, de unos cincuenta años, pelo algo canoso, con el rostro curtido por el sol y el trabajo se gira, junto a otros cuatro señores y sonriendo me pregunta:
- ”¿Padrecito se acuerda de mi?”
- A horrendo despistado le pregunta, respondo yo.
- “¿Mi padrecito de la cárcel se olvidó de mí? Soy Amador del pabellón C. No sabe lo que le agradezco todas sus visitas y su cariño. Usted sí que nos ayudó siempre a sobrellevar tanto mal que se sufre allá dentro. ¡No sabe cómo me alegro de verlo!”
- Discúlpeme Amador, cuando me vea me tira de la oreja, gracias por saludarme.
- Gracias a usted por todo, hasta otro rato, chao.
Acabé las compras casi sin sentirlo, sonriendo como tonto, queriendo recordar nuevamente tu rostro, esta vez canoso, envejecido, delgado, trabajado, … en medio del mercado, como el Dios que un día me llamó a romper con todo.
A la tarde noche llevé al neurólogo a Víctor Hugo, un niño de 14 años con epilepsia y un retraso mental leve, que pasó casi un año en la calle, donde sufrió y padeció todo tipo de maltratos y abusos. Tuvimos que esperar hora y media en una salita abarrotada por personas con problemas serios, con rostros preocupados y un silencio sepulcral. En mitad de ellos Víctor con su inocencia comenzó a reírse, la secretaria del doctor había crujido sus dedos y él exclamó “casito se los rompe”, todos sonrieron y le miraron. Se asomó a la ventana y gritó “venga, venga don Antonio, corra” me asomé y vi un patrullero de policía, él exclamó riéndose “en uno de esos me llevaron a Guayaquil , como si fuera preso”. Todo era color, risa, vida en sus expresiones, al rato me vi dando una charla sobre el Hogar de Belén y personas pidiendo el teléfono para contactar. Al salir todos despidieron con cariño a Víctor o ¿fue a ti Señor?
Al llegar a nuestro Hogar, oí a una niña llorar. Era Carmen, que llamaba a su mamá. Llegó hace dos días y le cuesta mucho estar en el hogar, su madre enferma pasaba pidiendo en los mercados y ella a sus ocho años, era la madre de sus dos hermanitos de un año. Se siente desubicada y llama la atención agrediendo y con malas palabras. La abracé y conversamos un rato, lloramos juntos y nos prometimos que juntos vamos a ayudar a su mamá para que se cure. Le conté un cuento sobre niños que no pueden estar durante un tiempo con sus mamás y de un hogar que les cuida y lucha porque pronto vuelvan con ellas. Sus ojos brillaban escuchando y de repente me abrazó más fuerte. ¿O fuiste tú, Señor? Me emocioné mucho y llamamos a la compañera con la que discutió, se abrazaron, se besaron, se rieron y pidieron perdón a la educadora. Salieron las tres abrazadas de la casita, yo miraba.
Llegué a casa mareado de día, pero teniendo muy clara tu presencia en cada encuentro, en cada mano, en cada niño, gracias por llevarme de la mano, así el trabajo es más suave y las cargas más livianas. Hasta mañana.
viernes, 7 de marzo de 2008
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1 comentario:
Mi recuerdo y mi abrazo fuerte para los cuatro.
¿Que tal estáis? Soy Lourdes (delegación de Misiones Jaén), por si no os acordáis de mi.
Rezo por vosotros, y os sigo con fecuencia por la página y este blog.
Cuidaros mucho, y un beso a los niños. Lourdes.
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