martes, 3 de noviembre de 2009

Algunos aprendizajes

En estos últimos tiempos han sido tantas las experiencias vividas, tanta la mezcla de sentimientos, que querer reflejar todo esto en unas cuantas palabras enlazadas es para mí tan difícil, como para un pintor extraer de su paleta todos los matices de una puesta de sol y al mismo tiempo pretender que al admirar su obra, las personas sientan el viento, el olor a mar, la paz del atardecer.

En mi adolescencia anhelaba ser escritora, poeta, o algo que se pareciera. De hecho por la casa de mis padres deben rodar algunos de mis viejos poemas, palabras que salían de un corazón juvenil y me emocionaban cada vez que las releía. Después, el pasar de los años fue relegando ese anhelo y el tiempo, con mi ayuda siempre, decidió mejor dedicar mi ingenio a tareas concretas más urgentes y mundanas, dejando la vocación primera en espera de días con más de 24 horas. Decidí ser misionera, y eso era como un sueño, como un deseo profundo pero lejano. Dicen que lo que se desea con el corazón siempre llega, y esa ha sido mi experiencia vital. Llegó un amor verdadero, llegó la experiencia de la misión, llegaron los hijos contra todo pronóstico, llegaron amistades duraderas y profundas, llegaron las despedidas y con ellas los reencuentros, la posibilidad de conocer otras tierras, otras gentes y otra manera de ver y organizar la vida. Llegó sobretodo, la posibilidad de donar cada día, de darle un sentido pleno a la existencia, de hacer que las puertas se abrieran y que dejaran pasar con todo su equipaje a tantas personas sin rumbo. Pero también se colaron a veces el miedo, la violencia, las lluvias interminables del trópico, la mala fe. Ese es el riesgo de dejar la puerta abierta, entra quien quiere. Estos últimos nueve años han sido tan intensos que creo que no tendría memoria ni tiempo para describirlo todo. Sólo sé que he crecido como persona, como familia; he ganado en humanidad y mi compromiso se ha concretado, ya no es un sueño de adolescente. He aprendido a valorar a las personas por lo que son, no por lo que creen, piensan o tienen. He descubierto cada día que Dios se manifiesta en lo pequeño, como decía Jesús, y que así se siente cómodo.

Ahora sé que la maldad en el ser humano, a veces no tiene límites ni razones, pero que igualmente y con mucha más fuerza el amor tampoco. Que el mundo sigue en pie porque sigue habiendo personas que creen en el bien. Sé que hay personas buenas de cualquier credo y condición y las sé reconocer, igual que he aprendido a valorar un buen chocolate. Algunas de ellas las llevaré siempre en el corazón aunque nunca las vuelva a ver porque están dispersas por este mundo.

En estos años he superado muchos miedos y he aprendido a comer lo que me ofrecen y a valorar las costumbres de cada lugar, disfrutando de ellas.

Algo sé de leyes, de contabilidad, de psicología clínica, de literatura y de gastronomía ecuatorianas, algo de medicina, y mucho de niños.

Pero lo más importante de todo este camino, lo que nunca voy a olvidar de este tiempo es el haber aprendido que el corazón es un músculo elástico, que se ensancha hasta donde uno quiere. Que acoge hasta lo impensable, que ama sin que haya límites para él. Y que tiene la capacidad, si le dejamos, de recuperarse de los peores traumas, lo he visto en montones de vidas pequeñas que han llegado a nuestro Hogar y han ido reconstruyéndose gracias al amor.

Le verdad es que si hubiera sido escritora tendría con todo lo vivido material para escribir algún buen libro, eso dice mi hermano. Pero seguramente si me hubiera dedicado a escribir, no habría tenido mucho tiempo de vivir, y a eso sí que no pienso renunciar.

miércoles, 21 de octubre de 2009

María Quinche: Una condena con amor

Han sido seis años de camino y vida compartidos detrás de rejas. Fuiste la primera madre encarcelada que conocimos y la última también en conseguir su libertad, la madre afanada y la siempre amiga.

Engañada y condenada, pagaste los platos rotos de ser mujer, de tener miedo, de ser maltratada, de no atreverte a denunciar, de no ser escuchada por tu compañero. Quedaste sola, enjuiciada hasta por los que decían ayudarte, ninguneada.

No supieron leer tras tus ojos, ni ver la profundidad y sencillez de tu alma. No quisieron escuchar, sólo señalaron, y como jauría enfurecida todos lanzaron la primera piedra, sin entender que no fue esa la que te hirió. Tu dolor era más fuerte y profundo, los demás golpes ya no los sentías; el dolor verdadero salió de tus entrañas y eran vidas arrancadas de tus manos.

Desde tu cruz fuiste nuevamente esperanza, apoyo y consuelo para otras almas condenadas tras esas mismas rejas, y tú, contra todo pronóstico, brindaste: alivio a sus enfermedades, consejo en sus encrucijadas y cariño en la soledad de la cárcel. Todo esto lo hacías desde el silencio, sin llamar la atención, sin que sepa la derecha lo que hace la izquierda, atenta y sensible al dolor de tu prójima, apaleada y caída…

Alguna vez conversando contigo te preguntábamos: "Pero María ¿dónde están esos que te defendían? ¿dónde los amigos, los que hicieron bandera con tu causa?" Tus ojos nos decían con resignación: "¡y a quién le importa!"

Pusiste a tu hijo, tu tesoro más querido, en nuestras manos; para que no cumpliera contigo la condena entre cuatro paredes, sin olor a juegos. Conociste el Hogar de Belén, pues la directora de la prisión accedió a traerte, y le diste una nueva oportunidad a la especie humana. Nos abriste tu vida, tus sueños y anhelos, trabajo y sacrificios, y hasta volviste a encontrar un sentido para tu vida. Juntos, con más corazón que otra cosa, luchamos por construir un futuro, un nuevo proyecto lejos de los justos, de los que todo lo saben, de los que señalan, de los perfectos, de los que oran de pie en mitad del templo, los sin mancha.

Es hora de partir amiga, de que las puertas se abran y el viento te empuje otra vez hacia la vida. De que te dé alas para comenzar ese proyecto, seguro que mejorable, pero al fin, tuyo, que es lo importante. Perdónanos porque no siempre supimos darte lo que necesitabas, por no tener más tiempo para visitarte; por dejarte, a veces, fuera de nuestras vidas a pesar de que cuando rezábamos pensando en ti, aprendíamos siempre algo nuevo y nos dabas ejemplos de verdadera entrega, del Amor de Dios, del sentido profundo del perdón.

Nunca llevaste las cuentas y sin que lo sepas, tu llamada, esa llamada prometida hacía tiempo, nos recordó la importancia de la presencia, del estar, del acompañar, del llorar y reír juntos, de la verdadera Pastoral Carcelaria: estuve en la cárcel y me acompañaste. Tus palabras fueron como tú, sencillas y cercanas: "¡Ya salí amigo, ya estoy libre y le llamo como le prometí!" Perdónanos amiga, tú fuiste la verdadera misionera, la que llevó a Dios tantas veces a nuestras vidas, la que testimonió, la que nos acercó a otras internas y se preocupó por las que estaban enfermas, la que nos llamó preocupada por los niños que quedaron abandonados tras la detención de sus padres o madres, la que hizo de puente solidario con tantas vidas desvalidas.

Gracias por tu amistad, por tu confianza, por tus ejemplos, por tu sencillez, por dejarnos ser tu familia y por querer ser tú también parte de la nuestra. El próximo lunes iremos a recogerte, para que pases el día en casa, en esta que siempre será también tu casa, pues como tú nos decías, lo que nos da Dios es para compartirlo, acá todos estamos de paso.

Hasta siempre, amiga.

viernes, 25 de septiembre de 2009

El testimonio de los que no vemos

Hoy no voy a hablarles de nuestros niños, ni de sus maltratos, ni tampoco de las situaciones extremas en que viven sus familias y que desgarran sus pequeñas vidas. Hoy queremos compartir la entrega silenciosa, las malas noches, el servicio verdadero, el dar a cambio de nada, el estar siempre junto a los más indefensos, sí, les queremos hablar de nuestros compañeros de camino, nuestro equipo, nuestra gran familia.

Son un grupo humano irrepetible, generoso, comprometido, sincero. Cada uno desde su tarea busca servir a nuestros niños y niñas con verdadero sacrificio y amor. Son nuestros trabajadores, (cocinera, educadores, lavandera, limpiadora, nuestro Cacaroto, chico para todo, las psicólogas, la trabajadora social, las contadoras, los abogados,…) pero no piensen que su entrega es por un sueldo mensual, estarían muy equivocados, no es el dinero quién los mueve, ni quién les hace llegar temprano al trabajo e irse una hora después de su horario. Es algo mucho más profundo y que la sociedad del bienestar cada día comprende menos. Ellos llevan siete meses sin cobrar el sueldo que les corresponde, ¡no tenemos de donde pagarles!, pero cada uno y cada una tiene claro que es lo primero: “que a nuestros niños y niñas, que la vida les ha negado una familia y un hogar estable, no les falte una alimentación digna, la atención médica y sanitaria, el cariño y el amor”.

No se han puesto de huelga, ni han hecho movilizaciones, no se niegan a seguir trabajando ni hay desgana en su entrega y no , no son locos, son personas convencidas de que en cada uno de estos niños y niñas está encarnado Dios, necesitando de su atención, cariño y comprensión.

Para colmo de males, cada dos meses hay que hacer días extras de trabajo voluntario, pues tenemos la matanza de los puercos, (para que haya carne fresca en el hogar), un día entero de trabajo, cansado, desde las seis de la mañana hasta la noche faenando los animales, haciendo morcillas, lavando las tripas, picando manteca, pelando y despresando, un día que no está en los horarios, que se acuerda dialogando con la mayoría y al que se invita a participar a toda nuestra gran familia. Parecerá un cuento, pero no, además es un día bonito donde compartimos, reímos, nos damos bromas, y disfrutamos sirviendo a cada uno de estos pequeños que en los siguientes meses se alimentará gracias a nuestro sacrificio.

Otro día se queda para hacer limpieza a fondo en cada una de las áreas, no hay de donde pagar, pero sabemos que debe ser esfuerzo de todos que los dormitorios, la cocina, el comedor, los baños,… cada pequeño espacio del hogar esté y sea digno.. Y ahí están uno tras otro, con sus sonrisas y bromas, dejando a un lado sus dolencias, sus problemas familiares, su pobreza y necesidad personal, para dar lo que tienen y lo que son al servicio de nuestros niños y niñas.

Son Iglesia y testimonio vivo, son los que de verdad lavan los pies al prójimo, y no sólo los pies, sino la nalga y lo que se necesite. No son sermones ni palabras vanas, ni celebraciones pomposas y rimbombantes,  son ejemplos de servicio, de entrega silenciosa, son pobres y necesitados económicamente, pero tienen la riqueza del Amor, del servir, del creer, del compartir, de valorar lo pequeño, lo sencillo, y como pago llevan sólo las sonrisas y abrazos de nuestros niños y niñas, si, de nuestro buen Padre Dios hecho niño.

No gastan en carteles, en trípticos hermosos, ni en cenas sociales para darse a conocer, no son famosos y casi nadie se fija en ellos, pero son el verdadero Hogar de Belén, creo que decía el evangelio algo así como: “por sus obras los conoceréis” y ellos, cada uno y cada una, día tras día dan catequesis de vida con sus obras, su paciencia, su escucha, su entrega, su cariño, sus sacrificios y su Fe. Es así como viven su trabajo y es así como deberíamos ser cada uno de los que nos decimos iglesia. Son ellos los que cada día nos hacen encontrar a Dios en sus ejemplos y testimonios diarios. ¡Gracias y que Dios siempre los bendiga!

lunes, 31 de agosto de 2009

El Verdadero Perdón

Desde nuestra tarea pastoral a raticos sentimos que podemos tener una nueva enfermedad cardiaca, algo así como una esquizofrenia en el corazón.

De un lado siguen llegando vidas a nuestro hogar, pequeñas, muy pequeñas, rotas, increíblemente dañadas por otros seres humanos que deciden demostrar su “inteligencia” destrozando una vida.

Y de otro lado nos toca visitar las cárceles, escuchar y acompañar a estos hermanos y hermanas que un día se equivocaron, apoyar a sus familias y sobre todo intentar que sus hijos e hijas, no sufran las consecuencias de los errores de sus padres.

Sabemos que no es nuestra tarea entender todas estas situaciones, al contrario, nuestra misión es sanar esas heridas, reconstruir una infancia, una familia, un proyecto de vida. Devolver una seguridad, una autoestima, una fe en el ser humano, en el Hombre, algo que a ratos creemos, que hasta a Dios mismo le debe costar.

Es la pastoral del perdón, un perdón que en ocasiones es muy difícil de conseguir, pero no imposible. Un perdón que no debe juzgar, ni siquiera cuestionar si el arrepentimiento es sincero. Un perdón muy doloroso, y que sólo puede nacer de lo más profundo del corazón.

Así pasó con Pepe, un niño ahora de 13 años, Luisa su hermana de 19 y José su padre. Hace tres años José cayó preso por tenencia ilícita de armas y fue condenado. Sus hijos en aquel momento de 10 y 16 años quedaron durmiendo en la calle, en la puerta de la cárcel sin tener a donde ir ni quien los cuidara. Fue así que llegaron a nuestro Hogar, desorientados y sin rumbo. Se adaptaron rápido al centro, llevaban mucho tiempo rodando de un lugar para otro y necesitaban estabilidad en sus vidas. Poco a poco fueron compartiendo sus secretos más profundos, en realidad se aliviaban de una carga muy pesada. Descubrimos una infancia llena de maltrato y violencia, de abusos de todo tipo, de delincuencia y huidas, una esclavitud total. Desde aquel día en que sacaron a la luz todo lo que habían sufrido se negaron a volver a visitar a José, y ante eso José reaccionó mal: nos mandó a matar a todos.

Hubo intentos de hacernos daño, en los que Luisa salió herida en una mano, aunque a los demás nunca nos ocurrió nada malo.

Un día creímos ver a José por las calles de la ciudad y para comprobar que no se había escapado, ni sus hijos estaban en peligro, fuimos a la cárcel. En realidad fue un encuentro con Dios; saludamos, conversamos y decidimos trabajar de nuevo con José.

Comenzamos a visitarlo nuevamente en la cárcel, pidiendo que lo sacaran de pabellón y nos reuníamos con él en un despacho. Ahí conversábamos de todo: de la familia, de sus hijos, de su vida, de la nuestra, de sus amenazas, de su futuro, de la violencia, de la vida en la cárcel,… hasta que un día José dijo que estuviésemos tranquilos, que ya no había nada con nosotros, así mismo fue pasando con sus hijos y desde hace un año nos pedía ver a Pepe y Luisa. A lo que ellos siempre se negaban.

Este mes nuevamente nos lo pidió y conversamos con Pepe, le explicábamos que parecía que su padre estaba cambiando, que le diera una oportunidad, que lo escuchara. Le dimos la garantía de que no estaría sólo, de que permitiendo cierta intimidad le acompañaríamos en todo momento y que si se sentía mal no tendría que regresar.

Fue muy emotivo el encuentro. Pepe, muy nervioso, me apretaba la mano y sudaba esperando a que llegara José. Este último cuando lo vio se le abrazó y comenzó a llorar pidiendo que lo perdonara. Pepe no sabía qué hacer, aún no lo abrazaba, su miedo era mayor a lo que estaba pasando. Se sentaron y comenzaron a conversar. José preguntaba y Pepe no salía de los monosílabos, hasta que José otra vez le abrazó, ese segundo abrazo comenzó a derretir el hielo y poco a poco Pepe sonrió y cambió sus nervios, por las ganas de sentirse hijo otra vez. José le decía que ahora nosotros éramos sus padres, que nos hiciera caso, que siguiera estudiando, que viniese cuando quisiera, que le perdonara. Una hora de reencuentro, de sonrisas, lágrimas y AMOR.

A José le quedan 13 años más de condena, pues cuando estuvo detenido le llovieron las demandas, pero ahora tiene una ilusión en su vida, su hijo y el perdón de éste. Pepe aún está digiriendo todo lo que vivió en esa hora, esta semana conversará con su hermana Luisa y le contará, no sabemos qué ocurrirá, lo único que tenemos claro es que ya nos pidió regresar en quince días a ver a José.

A ratos me acuerdo del padre de Kiko, (un heroinómano al que ayudamos mucho hace años), desde su sencillez este hombre no entendía nuestra constancia en la ayuda a sus hijos y un día nos manifestó, que él dudaba si es que éramos buenos, o si éramos idiotas por seguir ahí día tras día. Seguro que José puede pensar algo así ¿hasta dónde somos tontos y hasta dónde nos mueve la fe y el Amor?

Queremos seguir siendo tontos, sembrando esperanzas, es lo que nos toca en esta etapa de la vida, construyendo desde el AMOR y compartiendo con los compañeros de camino hasta llegar a donde Dios quiera. Nos sentimos regalados por estas enriquecedoras vivencias que nos enseñan el verdadero evangelio de la VIDA. Felices de ser lo que un día soñamos, pequeños instrumentos en las manos de Dios.

martes, 14 de abril de 2009

Pascua de Resurrección

Son muchas las cruces de los niños y niñas que llegan hasta nuestro hogar, cruces muy pesadas, cruces que marcarán sus vidas, que les harán sentir la pasión e incluso la muerte o las ganas de morir, que dejarán cicatrices en sus almas, que les robarán su infancia o mutilarán su inocencia.

La cruz del maltrato, de las palizas que sin piedad marcan cada rincón de su cuerpo, del abandono, de la calle, de la supervivencia en medio de pandillas, drogadictos,… siendo siempre el más pequeño, el más indefenso.

También la cruz de la violencia sexual que desgarró su vida, que viene de quién debía protegerle, reincidente, una y otra vez, del miedo a quedarse solo/a en casa con esa persona, el miedo a contar sus dolores, el miedo que le sujeta con la invisible atadura de la amenaza…

La cruz de las redes de prostitución que secuestran niñas de once o doce añitos y les obligan con palizas a entregarse una y otra vez a hombres de toda clase y edad, que destruye totalmente el sentido de sus vidas, que les mutila el alma.

La cruz del hambre, de la desnutrición, de la enfermedad, del desinterés, de la droga o el alcohol, cruces con las que tienen que cargar desde que nacen, que les hacen caer una y otra vez en su calvario personal.

Del “quemeimportismo”, del rechazo de sus progenitores, del no tener quien quiera saber de ellos, del no tener un hogar donde sentirte en casa, del abandono de la madre que se fue con otro señor y dejó a los cinco hermanitos abandonados, de no entender qué pasa y no encontrar unos brazos, una caricia, un “te quiero”, un “mi hijo/a”…

Cruces y cruces que nos toca, como Cirineos, ayudar a cargar una y otra vez; cruces, que también nos pesan y nos duelen, que en ocasiones no entendemos, pero que entre todos intentamos quitar de los hombros de cada niño y niña que llega a nuestro hogar.
Pero no queremos ser sólo Cirineos, queremos de la mano del Padre ser Vida y Resurrección para cada niño y niña que toca nuestra puerta.

Y es Jesús de Nazaret quién resucita cuando Francisco se siente querido y cuenta y comparte lo que sufrió y al fin es capaz desde sus cinco años de reírse de lo vivido. Y sigue resucitando cuando Vanesa quiere construir un proyecto de vida a sus once años después de estar un año en una red de proxenetas, cuando se deja abrazar y se siente segura y con ganas de reír. Cuando por fin las pesadillas van desapareciendo de sus noches, que hasta ahora eran largas e interminables.

Triunfa el amor sobre la muerte cuando July y sus seis meses de vida sonríen después de que sietemesina fue botada a un basurero envuelta en su placenta. Y sigue resucitando cuando Carlos y Rosy, después de estar a sus doce años en pandillas y fumando drogas, al fin sienten que pertenecen a un lugar, que quieren aprender a leer y escribir y se sienten queridos, protagonistas, importantes, sólo por ser ellos.

Las vidas resucitadas de esas mujeres que junto con sus hijos, cuando sus maridos cayeron presos quedaron en la más absoluta indefensión, ahora se sienten acompañadas, apoyadas, escuchadas, comprendidas, nunca juzgadas, queriendo construir un futuro en el que poder integrar a sus compañeros.

Es el amor que triunfa una y otra vez sobre la muerte, sobre la cruz, esa es nuestra tarea y no otra, que el amor vuelva a dar vida a cada uno de nuestros niños y niñas. Y resucita en los mil detalles de nuestros educadores, cuando se entregan sin mirar día ni hora, cuando no les importa que haya o no haya dinero para realizar su trabajo, pues “al César lo que es del César”.

Hoy por hoy es el sentido de nuestra misión, es a lo que nos sentimos llamados como familia, como misioneros. Sabemos que hay muchas personas que desean que cambiemos este rumbo ya sea porque nos quieren cerca o porque quieren confiarnos otra misión. Pero será nuestro Padre bueno quién decida ese camino.

Mientras rezaremos e intentaremos aprender de las manos del alfarero para que nuestra misión sea también esperanza, resurrección y vida.

Con cariño

Ana y Antonio