sábado, 21 de abril de 2018

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Antonio y Ana desde Ecuador

 

sábado, 30 de enero de 2010

Maneras de Amar

¡Qué difícil estar, tener presencia, acompañar, en algunas situaciones! ¿Dónde está el equilibrio?, ¿hasta dónde amar? ¿Hasta dónde perdonar?

De un lado: “Amar al desvalido”

Año y medio acompañando a la víctima, a la niña violentada, a la que de golpe enterró su infancia para siempre. Reconstruyendo heridas en el alma, enseñándole a alzar la cabeza, a no tener vergüenza, a mirar al frente evitando volver atrás, sembrando en su nueva vida amor, perdón, alegría, amistades; abriéndole nuestras vidas, haciéndole protagonista de otros procesos similares, invitándole a entender que las heridas se sanan mejor ayudando a otros y no odiando o recordando los momentos de dolor, de humillación. Haciéndole ver que la venganza no cura ni sana, sino que crucifica más aún el alma torturada.

¡Cuántas horas de compartir, de reflexión, de escucha, de desahogo, de corazón! ¡Tantos temas por hablar! El qué dirán, la familia, los padres, los vecinos, la familia del agresor, el juicio, el peritaje médico, la versión, el colegio, los compañeros y compañeras. Todo un calvario, un vía crucis que el mismo sistema judicial impone por el simple delito de ser “víctima”.

Te admiro hija, admiro tu capacidad de escuchar, de confiar y contrastar, de estudiar, de querer superar esta ruptura interna. Eres generosa y noble, buscas la verdad y aunque en tu adolescencia te revelas contra Dios por no impedir lo que te ocurrió, luchas por no odiar, por centrarte en tu nueva realidad. Te quiero hija y cada uno de los miembros de esta familia también te quiere y añora ahora que has vuelto a tu casa.

No fue Dios quién te dañó, pues Él, encarnado en ti, también sufre con tu sufrimiento. Somos nosotros, los seres humanos los que nos dañamos queriendo o sin querer, los que destruimos el amor y construimos el desamor, el odio, el rencor. Somos capaces de lo mejor y de lo peor.


De otro lado: “Amar al que te hace mal”

Desde nuestro compromiso con los presos, con los condenados, con los que un día se equivocaron; y por petición de su padre, que quería pasar ya la página y poder vivir en paz, me acerqué a él, el malo, al agresor, quien dañó la fragilidad de una vida que comenzaba a surgir.

En su desconfianza y recelo, cambió dos veces el lugar de la cita, temía una encerrona, al final donde él quiso y con sus condiciones, frente a frente, queriendo yo construir desde el perdón y el arrepentimiento. En sus ojos: miedo, temor, coraje,… no encontré amor. Conversamos por más de tres horas, poco a poco la tensión aflojó y surgieron los sentimientos. A pesar de ser el agresor había rencor por la denuncia, por el juicio, por la posible condena, por los insultos de la familia de la agredida, por una golpiza recibida. Me relató año y medio de cuentas amontonadas contra unos y otros. ¡Qué difícil razonar e intentar hacer comprender lo que no es razonable! El ataque como defensa de un error evidente y que ni él mismo aún, sabe perdonar ni justificar.

Pusimos las pautas para comenzar un acercamiento, todos en el fondo queremos vivir en Paz, sin temer el odio o la venganza de nadie. Condiciones difíciles de negociar, ¿cómo poner condiciones al ofendido? ¿Cómo conseguir las disculpas del agresor? ¿Cómo acercar los polos opuestos? Al final tuve que encararlo y pedirle valentía. Para que haya acercamiento y perdón hay que arrancar de la verdad y del querer cambiar, del pasar la página, y por supuesto del pedir perdón. Surgió la duda otra vez, una parte podía darse, pero la otra todavía no, “las heridas aún duelen”. Horas de tira y afloja, de conversación profunda, de hablar de lo nunca hablado,… tocó la hora de la despedida, ahora sí, en sus ojos había respeto y quizás, hasta algo parecido al Amor.

Y en medio de esta historia de dolor:

Estas tú mi buen Dios, pidiéndonos amar a todos y sembrar tu Amor en el corazón de los hombres. ¡Qué difícil estar! ¿Dónde el equilibrio, hasta donde el amar? ¿Hasta dónde perdonar?

Lo peor es que nos has enseñado con tu vida a quererlos a los dos y se acerca el día en que uno de los dos se sentirá agraviado por la justicia de los hombres. Entonces habrá que estar compartiendo el momento, queriéndolos a los dos y como una buena madre consolar al que quedó maltratado y herido, al más débil, sin dejar de amar al otro.

martes, 3 de noviembre de 2009

Algunos aprendizajes

En estos últimos tiempos han sido tantas las experiencias vividas, tanta la mezcla de sentimientos, que querer reflejar todo esto en unas cuantas palabras enlazadas es para mí tan difícil, como para un pintor extraer de su paleta todos los matices de una puesta de sol y al mismo tiempo pretender que al admirar su obra, las personas sientan el viento, el olor a mar, la paz del atardecer.

En mi adolescencia anhelaba ser escritora, poeta, o algo que se pareciera. De hecho por la casa de mis padres deben rodar algunos de mis viejos poemas, palabras que salían de un corazón juvenil y me emocionaban cada vez que las releía. Después, el pasar de los años fue relegando ese anhelo y el tiempo, con mi ayuda siempre, decidió mejor dedicar mi ingenio a tareas concretas más urgentes y mundanas, dejando la vocación primera en espera de días con más de 24 horas. Decidí ser misionera, y eso era como un sueño, como un deseo profundo pero lejano. Dicen que lo que se desea con el corazón siempre llega, y esa ha sido mi experiencia vital. Llegó un amor verdadero, llegó la experiencia de la misión, llegaron los hijos contra todo pronóstico, llegaron amistades duraderas y profundas, llegaron las despedidas y con ellas los reencuentros, la posibilidad de conocer otras tierras, otras gentes y otra manera de ver y organizar la vida. Llegó sobretodo, la posibilidad de donar cada día, de darle un sentido pleno a la existencia, de hacer que las puertas se abrieran y que dejaran pasar con todo su equipaje a tantas personas sin rumbo. Pero también se colaron a veces el miedo, la violencia, las lluvias interminables del trópico, la mala fe. Ese es el riesgo de dejar la puerta abierta, entra quien quiere. Estos últimos nueve años han sido tan intensos que creo que no tendría memoria ni tiempo para describirlo todo. Sólo sé que he crecido como persona, como familia; he ganado en humanidad y mi compromiso se ha concretado, ya no es un sueño de adolescente. He aprendido a valorar a las personas por lo que son, no por lo que creen, piensan o tienen. He descubierto cada día que Dios se manifiesta en lo pequeño, como decía Jesús, y que así se siente cómodo.

Ahora sé que la maldad en el ser humano, a veces no tiene límites ni razones, pero que igualmente y con mucha más fuerza el amor tampoco. Que el mundo sigue en pie porque sigue habiendo personas que creen en el bien. Sé que hay personas buenas de cualquier credo y condición y las sé reconocer, igual que he aprendido a valorar un buen chocolate. Algunas de ellas las llevaré siempre en el corazón aunque nunca las vuelva a ver porque están dispersas por este mundo.

En estos años he superado muchos miedos y he aprendido a comer lo que me ofrecen y a valorar las costumbres de cada lugar, disfrutando de ellas.

Algo sé de leyes, de contabilidad, de psicología clínica, de literatura y de gastronomía ecuatorianas, algo de medicina, y mucho de niños.

Pero lo más importante de todo este camino, lo que nunca voy a olvidar de este tiempo es el haber aprendido que el corazón es un músculo elástico, que se ensancha hasta donde uno quiere. Que acoge hasta lo impensable, que ama sin que haya límites para él. Y que tiene la capacidad, si le dejamos, de recuperarse de los peores traumas, lo he visto en montones de vidas pequeñas que han llegado a nuestro Hogar y han ido reconstruyéndose gracias al amor.

Le verdad es que si hubiera sido escritora tendría con todo lo vivido material para escribir algún buen libro, eso dice mi hermano. Pero seguramente si me hubiera dedicado a escribir, no habría tenido mucho tiempo de vivir, y a eso sí que no pienso renunciar.